Entre las tantas palabras que nos heredaron los árabes hoy retumba el ‘ojalá’, ‘primero Dios’. En Medio Oriente es primero el de ellos, Alá, el que bajó al Lusail para convertir al equipo verde en una súbita marea que ahogó el favoritismo de la poderosa Argentina de Messi. Y era el fácil del grupo de México. Tumbaron 2-1 a la Albiceleste y su récord de 36 sin perder.
Messi saltó al campo con la responsabilidad de cargar el deseo mayoritario del planeta futbol para conquistar un Mundial, el último de su carrera. Pero se congeló ante el oportunismo de los saudíes en defensa, y en los latigazos que dieron la vuelta al marcador. La incongruente y fascinante lógica del gran torneo que no respeta jerarquías.
La Scaloneta arrancó a tope, una y otra vez creó frente al marco rival, la marca invicta no estaba amenazada. Pero tuvo que ser con un polémico penalti: agarrón a Paredes en tiro de esquina al minuto 6. Leo transformó y pintaba goleada. Festín posterior de celebraciones sudamericanas anuladas: fuera de lugar de Messi y luego de Lautaro. Ni un remate asiático.
Para el segundo tiempo apareció el milagro árabe. La Albiceleste seguía volcada y convirtió en héroe al portero Alowais. Hasta que llegó el resto de la Liga de la Justicia de Oriente Medio: Al-Shehri ganó a Romero un balón perdido por Leo y marcó cruzado el empate inaudito al 48’. Y faltaba más.
Los 88,012 espectadores ya estaban sorprendidos y debieron renovar esta capacidad en cinco minutos: Al Dawsari recibió en el área argentina, se quitó a un par de zagueros y metió la rosca a la horquilla de poste contrario. Golazo que sólo con la bendición de Alá podía caer. Estruendo y el Lusail se caía. Invasión al campo de los árabes de la banca. De rodillas y cara al césped por el milagro.
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